Por: Miguel Picado, Pbro.
“Religiosos abusaron de miles de niños en Holanda”, es el título de un artículo en un matutino nacional, en primera página, hace pocos días. La información se muestra superficial e inconsistente. De entrada nomás se nos dice que son entre 10.000 y 20.000 los casos denunciados. El excesivo margen de error impide considerar que se trate de datos confiables. Tampoco se distingue entre faltas leves (una mirada irrespetuosa) y graves (una violación). Por otra parte, al no ofrecer datos comparativos con otros sectores de la población, se convierte en una simple inculpación anticatólica de tipo propagandístico. ¿Cuántos menores fueron abusados en Holanda y durante el mismo período por otros aglomerados profesionales como, por ejemplo, profesores de educación física?
¿Se dispone de estadísticas sobre abusos cometidos por los papás contra sus hijas? ¿Por abuelos y tíos? ¿Por maestros? Y si existen, ¿por qué no reciben publicidad? Son preguntas pertinentes porque tanto se ha informado (¿?) de abusos por parte de algunos clérigos y tanto se ha acusado de ocultación de los hechos por parte de determinadas autoridades eclesiásticas, que fácilmente se olvidan las iniquidades –indiscutiblemente más abundantes— causadas por individuos de otros sectores.
Tan constante y prolongada ha sido la campaña sostenida sobre tan triste situación que el desorientado lector puede perder la perspectiva del contexto y desconocer que se trata de una aberración social.
Hay razones que explican esta campaña anticatólica. Primero que todo, esta Iglesia sostiene posiciones controversiales en asuntos de ética sexual. Ella ataca el aborto provocado, la eutanasia, la fecundación in vitro, cierto tipo de educación sexual. Además, sostiene posiciones de ética social que generan fuerte oposición como la primacía del bien común sobre el privado; la condena al neoliberalismo (“capitalismo salvaje”, lo denominó Juan Pablo II); se ha pronunciado a favor de precios justos en el mercado internacional; no acepta la tesis del choque de civilizaciones, asumida por políticos de los Estados Unidos para justificar las invasiones a países árabes, cuando su objetivo real es usurpar el petróleo que tienen en el subsuelo. En segundo lugar, mueve esta campaña el proselitismo interesado de otros grupos religiosos que ven en el desprestigio de lo católico una oportunidad para aumentar la propia feligresía. Una tercera razón es el interés monetario derivado de las demandas en contra de las Iglesias católicas de cada país, entes jurídicos que pueden ser demandados judicialmente y penados en lo económico.
Enseña Jesús que por un solo menor escandalizado, se justifica que al culpable se le anude una cuerda al cuello, amarrada a una piedra de molino y se le arroje a lo profundo del mar (Mt. 18,6). Hay piedras de molino suficientes para todos los delincuentes de esta calaña. La lucha debe orientarse a investigar y castigar efectivamente a los culpables de tan injustificable aberración, sean estos clérigos o pertenecientes a otros grupos sociales. No es admisible perder la objetividad limitándose a un segmento de la población culpable, favoreciendo así que la gran mayoría de los abusadores permanezca impune.
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